[HNA] Golpes de estado

Andy Klatt andyk at gis.net
Mon Oct 26 20:07:17 PDT 2009


¿Volverán las oscuras golondrinas?


SERGIO RAMÍREZ 27/10/2009 

 

En qué momento los militares de América Latina cambiaron de ideas y se
convencieron de las virtudes del orden constitucional? ¿Cuándo decidieron
que era necesario dar paso a la democracia y renunciar a los golpes de
Estado? ¿Y fue una conversión verdadera?

 

Que nadie se sienta a salvo. El golpe militar de Honduras abre una herida
que creíamos cerrada

Por lo menos desde la elección del presidente Raúl Alfonsín en Argentina, en
1983, parecía que se habían vuelto invisibles en todo el continente, y que
de verdad estaban de regreso en sus cuarteles, de donde no saldrían nunca
más. Todo se había vuelto miel sobre hojuelas y, como por arte de una
lobotomía frontal, la vieja doctrina que los situaba como árbitros
permanentes del poder parecía borrarse, y en uno y otro país, fuera el
Caribe o el Cono Sur, los comandos supremos y los estados mayores conjuntos
proclamaban su obediencia al poder civil.

Eran los mismos generales y almirantes que antes habían ocupado los palacios
presidenciales, o que habían decidido quién debía ocuparlos; habían salido
de las mismas academias de guerra, se habían entrenado gran parte de ellos
en la Escuela de las Américas en Fort Gullick, en la Zona del Canal de
Panamá, pero de pronto parecían renunciar a su pasado y se adherían a las
elecciones libres, y al respeto de los periodos presidenciales establecidos
en las Constituciones. Hasta que de pronto sonó el primer pistoletazo.

En 1991, el general Raoul Cédras derrocó por la fuerza de las armas al
presidente constitucional de Haití, Bertrand Aristide, interrumpiendo un
breve sueño de democracia en un país gobernado hasta hacía poco por la larga
tiranía de los Duvalier, padre e hijo. Cédras estableció otra, a la vieja
usanza de la guerra fría cuando la guerra fría había recién terminado, y la
presión internacional, coronada por una intervención militar, le obligó a
devolver el poder a su legítimo dueño, que, otra vez, electo de nuevo,
volvió a ser derrocado en 2004, esta vez sin esperanza de regreso desde su
lejano exilio en Suráfrica.

El siguiente disparo se escuchó en 1992, cuando el coronel Hugo Chávez
encabezó un levantamiento militar, fraguado dentro de los cuarteles, para
derrocar al presidente constitucional de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. El
golpe fracasó, pero le abrió a Chávez las puertas de su futuro político,
pues tras dos años en la cárcel, y después de ser indultado, vino a ganar
las elecciones presidenciales de 1999 y se ha quedado desde entonces en el
Palacio de Miraflores, de donde no pudo arrancarlo otro golpe militar
orquestado por sus propios compañeros de armas en 2002, en connivencia con
civiles.

Cédras no proclamó ninguna revolución, por supuesto. El padre Aristide,
depuesto dos veces, era el que se proclamaba revolucionario de izquierda,
como se proclamó el coronel Chávez con su revolución bolivariana, fracasado
en su golpe militar y triunfante luego en las elecciones, sin que fuera la
primera vez que un golpe abría al golpista las puertas del triunfo
electoral; basta citar el ejemplo del general Juan Domingo Perón en
Argentina, que organizó el golpe contra el poder civil en 1943, fue
derrocado y encarcelado en 1945 y de la prisión salió a ganar las elecciones
presidenciales de 1946, en olor de multitudes, para ser reelecto de nuevo,
aunque al final otro golpe lo sacó del poder en 1955. Pero de golpes de
Estado nacieron el peronismo y el chavismo como fenómenos populares y
populistas.

¿Lunares apenas en el rostro limpio de la democracia los golpes de Cédras y
de Chávez? Ahora tenemos otro, el primero del siglo XXI, el del general
Romeo Vásquez, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de
Honduras, en contra del presidente Manuel Zelaya Rosales, casi al final de
su mandato, un golpe contra el que ha protestado de manera vehemente el
propio Chávez. El general Vásquez no se quedó en la silla presidencial, pero
sin duda es el árbitro del poder. Y ese papel de árbitros del poder es el
que, según la fábula, los militares habían perdido para siempre, de regreso
en la neutralidad apolítica de sus cuarteles.

El golpe contra Zelaya siguió las reglas clásicas, ya se sabe que fue sacado
de su cama y enviado al exilio en pijama, según el general Vásquez por
razones de seguridad nacional, pues si los militares lo dejaban preso en
Honduras amenazaba la violencia. Cuando al general Vásquez, que es devoto de
Jesús de la Buena Esperanza y lee libros de autoayuda, le preguntan si
aspira en el futuro a ocupar la presidencia, se ríe y dice que en esta vida
todo es posible.

El asunto está en que el golpe de Honduras sigue abriendo las costuras de
una herida que ya creíamos cerrada, y otra vez en este siglo, como en el
pasado, los militares vuelven a arrogarse la potestad de decidir cuándo la
democracia ha fallado, o cuándo se vuelve peligrosa, y amerita así su
intervención bienhechora.

Es un funesto precedente frente al que hay que poner las barbas en remojo.
¿Qué garantías tenemos ahora de que los militares de verdad se convirtieron
al credo democrático y no oiremos sonar el próximo pistoletazo, porque no
les gusta lo que está haciendo el Gobierno civil electo por los ciudadanos,
sea de izquierda o de derecha?

Que nadie se sienta a salvo.

Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua, es escritor.

 

 

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